En un post que copié el año pasado hablaba acerca del famoso Papa Noel, Santa Claus o Padre de la Navidad. Tiene casi más de diez nombres este personaje que se reduce a una historia de la vida real de un sacerdote griego llamado Nicolás quien tras establecerse como sacerdote en la zona de Myra recibe su nombre: Nicolás de Myra. Tras las historia sufrir varios giros y las parodias de los incrédulos, nació la versión que conocemos hoy: Un barbudo, barrigón anciano que soporta fielmente los fríos vientos del Polo Norte donde tiene una magna fábrica de juguetes, una esposa que hace riquísimas galletas, seis renos que vuelan y miles de duendes que le quieren con inexplicable devoción.
La historia logra fascinar a los niños con facilidad, escribiendo cartas y dejándole galletas el 24 de diciembre, y los adultos se sucumben en el frenesí de la compra y recolección de regalos para proteger la identidad del personaje. En todo este alboroto de pedir regalos y comprar los regalos que “Papa Noel” traerá, se escapan dos detalles muy importantes. Numero uno: ¿Quién era el verdadero “Papa Noel”? ¿Cómo surgió? y numero dos: ¿Quién es el verdadero protagonista de la Navidad? ¿Quién provocó que esta fecha fuese tan especial?
Nicolás de Myra fue un hombre que vive en los recuerdos y las historias de muchas personas en el hemisferio Oriente gracias a su ministerio de amor y solidaridad mientras fue sacerdote. Como siervo de Dios, dejó un legado hermoso y muchas historias han sido contadas sobre sus actos de bondad, de manera tal que los fieles no supieron más que nombrarle un santo. Pero la historia de Nicolás llega hasta ahí, un hombre con un lindo corazón que se inclinaba a la felicidad de los niños, cumplió con un propósito especial en los caminos de Dios y trajo luz a los lugares que visitó. Todo por amor y servicio a Dios.
Jesús, Hijo de Dios y Salvador del Mundo, nació en una noche estrellada en un pequeño y pobre pesebre donde su madre le dio a luz con dificultad entre paja y animales. Este niño nacido por gracia del Espíritu Santo venia al mundo a cumplir con un llamado muy especial. Un cometido que ningún otro hombre podría realizar: morir por amor al mundo, consumar un sacrificio máximo de amor que uniera (de una vez y por todas) al hombre con Dios. Este es el protagonista de la historia, ese pequeñito bebe que pones bajo tu árbol de Navidad, ese niño que nació en un humilde pesebre pero que tenía sobre sí una luz que brillaba como ninguna otra. Que todavía brilla hoy.
Con su nacimiento él le otorgó a estas fechas un significado especial y cambió para siempre la historia de la humanidad. Los regalos son lindos de recibir, las fantasías de un hombre vestido de rojo son ilusiones infantiles que realmente le hacen la noche una aventura a cualquier niño. Pero lo que transforma los corazones, cambia las vidas y hace milagros en nuestras familias es permitir que Jesús habite en nuestro ser y sea la luz que ilumina nuestros senderos. La estrella de Jesús no ha cesado de alumbrar el camino a la verdad y al Padre. Esta alumbrando los corazones de todo aquel que este dispuesto a seguirle.
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