Hombres de negocios, expertos en su trabajo y puestos por el rey Nabucodonosor en sus respectivas obligaciones. Los tres formaban parte del gran pueblo que había sido exiliado. Como su dios, sólo reconocían a Jehová y a nadie más. Las creencias enseñadas en su niñez permanecieron aún cuando la muerte les saludaba.
Ellos confiaron en Dios de manera asombrosa, aún delante de un horno mantuvieron su fe. Dios no les envió mensajeros que le aseguraran su supervivencia ante tal situación. Pero ésa fue la magia del asunto, su fe fue tan grande que trascendió el horno, el rey, los soldados y todo Babilonia alabó y exaltó a Jehová y su Santo Nombre.
Como hombre, joven o tal vez cabeza del hogar llegarán momentos donde te sientas que caminas en un horno de fuego, pero es en esos momentos en los cuales tenemos que tener fe de tal manera que cuando volteemos la vista veamos a Jesús caminando junto a nosotros. Sólo así seríamos capaces de gozarnos en medio de los problemas y de enfrentar los gigantes que se levantan a declarar batalla. En eso instantes debemos recordarle a ellos cuán grande es el Dios que nos protege y tener la fe de que el así lo hará.
Por: Angélica Pérez
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